"La nave Apolón se posó en la superficie de la Luna. Tras varios pequeños brincos pudo estabilizarse. Se abrió su rampa y por ella descendió el comandante Armstrong para pisar por primera vez el suelo de ese mundodesconocido".
Estas palabras no pasarían de ser una escueta y muy sucinta crónica de la llegada del Hombre a nuestro satélite de no ser por un "insignificante" detalle: fueron escritas en 1954.
La cosa no es baladí. Nadie sabe qué se le pasó por la cabeza al sombrío escritor Lester del Rey para presentar en su editorial un manuscrito donde, por gracia de la casualidad imposible, se narraban hechos que estaban aún por llegar. Hay quien dice que el comandante astronauta Neil Armstrong, al leer aquella "novelucha" de insignificante tirada, se encogió de hombros. Él había sido, efectivamente, el primer hombre en dar el célebre "gran paso para la Humanidad" sobre la llanura de la Luna, tras bajar por la escalerilla del Apolo. Lo hizo en julio de 1969. Lo que nadie comprendía es por qué alguien lo había escrito quince años antes.
Tecleando el futuro Ramón Felipe San Juan Mario Silvio Enrico Álvarez del Rey (1913-1993) era el nombre, o la ristra de nombres, del escritor que había tecleado el futuro.
Tan escasos como eran sus lectores en la década de los cincuenta, pocos repararon en el detalle contenido en el interior de la primera edición de su novela Misión a la Luna.
Al final, y aunque la suerte le sonrió como editor, nunca quiso aclarar a sus seguidores el por qué de aquella casualidad. Hombre digno del género que cultivaba, se llevó el secreto a la tumba.
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