EL DETECTIVE ERES TU ,RESUELVE EL ENIGMA



EL CASO DEL HOMBRE ATADO

Tras un agradable almuerzo, el profesor Sisley y su amigo, el notario Alfred Ericson, se encaminaron al despacho de éste en un edificio de la Avenida Madison; no tan agradable fue la sorpresa de ambos al atravesar la sala de espera del despacho y entrar en él. Allí estaba la caja fuerte abierta, papeles desparramados por todo el piso, y sobre los papeles, como si fuera un lechón presentado en una bandeja, firmemente atado y con una cinta adhesiva en la boca, el joven secretario de Ericson, Albert Barney.

El notario se precipitó a auxiliar a su ayudante, que en tan desairada posición estaba, mientras Sisley encendía un cigarro y pegaba una ojeada a la caja fuerte. Ahí adentro se veían apilados varios sobres que probablemente contuvieran documentos, un pequeño estuche cerrado de cartón azul y no mucho más.

Mientras tanto, Barney parecía repuesto, y en condiciones de contar su odisea:

—Estaba trabajando, con la caja fuerte abierta, cuando aparecieron los maleantes. No sé cómo habrán entrado, tal vez con una ganzúa. Eran tres, y estaban armados. Me ataron así como usted me encontró, y se precipitaron sobre la caja fuerte, tomaron el dinero y, no contentos con eso, empezaron a revolver el despacho, abriendo carpetas, volcando su contenido y revolviendo por todos lados.

—¿Había cosas de valor en la caja? —preguntó Sisley a su amigo.

—Había unos 20.000 dólares en efectivo, creo, algo más que de costumbre. De todos modos, el dinero estaba asegurado. Lo que más me preocupa es el desorden, y el susto que le han pegado a este pobre joven.

—¿Qué hay en el estuche de cartón?

—Una medalla que le dieron a mi padre en la guerra. ¿Se la han llevado? Eso me apenaría mucho, la verdad.

Sisley se dirigió a la caja fuerte, se puso unos guantes, abrió el estuche y confirmó que la medalla estaba allí. Luego, se dirigió al secretario:

—¿A qué hora fue el asalto?

—Serían las 13, más o menos, y habrán estado aquí unos diez minutos. Cuando se fueron, traté de soltarme, pero no pude moverme un milímetro; como usted vio me habían atado bastante bien.

—Efectivamente, lo ataron muy bien, pero todo lo demás lo hicieron muy mal. Me temo, Alfred, que este joven fue cómplice de los ladrones.

¿Por qué sospecha Sisley del secretario?

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