La Higiene y la Perfumeria en la Historia

¿Sabías, que los romanos se lavaban los dientes con orines y que los más apreciados de todos eran los españoles? Realmente asusta pensar en el camino que tenían que recorrer las micciones de nuestros antepasados para llegar a su destino. Guardar primero el ambarino líquido hasta la llegada del comerciante que lo compraba, envasarlo luego en ánforas que eran debidamente precintadas y, embarcarlas luego en navíos de cabotaje que tardaban uno o dos meses hasta llegar a Roma. Supongo que allí se deberían mezclar con algún perfume o algo que atemperase la peste que se puede suponer que exhalaba tal dentífrico.
 
Las hetairas griegas pasaban la noche con el rostro cubierto con una máscara de albayalde y miel

Se dice que Cleopatra había escrito un tratado de belleza, se pintaba los párpados de color verde, usaba pestañas postizas y en sus mejillas se mezclaban el rojo y el bermellón; los labios se los pintaba de carmín, y en azul las venas de su frente y de sus manos. Previamente se había bañado en leche de burra mezclada con miel, y para disimular las arrugas de sus ojos usaba una crema a base de pulpa de albaricoque. Respecto a los ojos, recuérdese el extremado maquillaje que muestran las pinturas y las estatuas policromadas egipcias tanto de hombres como de mujeres.

Sabido es que la leche de burra gozaba de gran predicamento en la antigüedad. Son célebres los baños de Popea que, en sus viajes, se hacía seguir por un rebaño de trescientos de estos animales para ser ordeñados cada mañana. La cosmética en Roma era una industria floreciente, y así como ahora todos los productos de belleza pretenden venir de París, entonces se decía que llegaban de Grecia. No se olvide que la palabra cosmética es de origen griego y los cosmetas o perfumistas anunciaban sus productos en griego. La lanolina, tan usada hoy en día para la perfumería y la cosmética, era conocida por las damas romanas. Se sacaba de la lana de las ovejas y se perfumaba fuertemente para evitar su olor original.

La Edad Media no fue una edad tan sucia como se cree. En muchos lugares de nuestro país existen bien conservados o en ruinas unos llamados «baños árabes" que muchas veces no eran tales sino judíos, pero que eran usados por los cristianos. Las condenas que se hacían del uso de tales establecimientos no se basaban tanto en un supuesto culto del cuerpo sino en su promiscuidad. Eran muchas veces centros de reunión y contratación de favores eróticos. En Alemania, según dicen sus cronistas, no era raro ver hombres y mujeres de diversa edad encaminándose medio desnudos a los baños comunales. Carlo Magno se bañaba cada día, y su corte lo imitaba. En España tal costumbre no fue muy extendida, pues la lucha contra el musulmán identificaba muchas veces los baños con las abluciones rituales prescritas por el Islam. En la primera serie de mis Historías de la Historía doy algunos datos sobre la lucha contra los baños que se produjo en la tardía Edad Media. Había un gran contraste entre las costumbres higiénicas de las cortes de león y Castilla, por ejemplo, y las de Córdoba y Granada, en donde el agua era casi objeto de veneración.

Durante la Edad Media gozó de gran crédito la Escuela de Salerno,las fórmulas más importantes de la escuela salernitana. Algunas son muy curiosas; así, por ejemplo, para conservar una tez fresca y lozana recomienda "tomar tres o cuatro puñados de flores de saúco, un cuarterón de jabón de Francia, tres hieles de buey y tres vasos de vuestra orina, haced que reposen tres o cuatro días en un recipiente de arcilla y lavaos la cara con dicho líquido".


En su Oriente originario los árabes habían adoptado de los bizantinos su gusto por los baños y los perfumes. Fueron ellos los que popularizaron en España, y en menor grado en Italia, la ciencia de la perfumería; no se olvide que fue un árabe, Albucaste, quien descubrió el alcohol a partir del vino, por lo que lo llamó espíritu de vino.

Las mujeres musulmanas pasan horas y horas en el harén maquillándose y depilándose cuidadosamente. Las cristianas son miradas con cierta aprensión porque no se depilan el pubis. Con henné se tiñen de rojo los dedos y las palmas de las manos, así como los talones y los dedos de los pies. Las dientes se los limpian con una mezcla de nácar, cáscaras pulverizadas de huevo y polvo de carbón.

No llega a tanto la ociosidad de la dama noble europea encerrada en su castillo. Pero de vez en cuando aparece un mercader de perfumes y le ofrece su mercancía. Una de las recetas milagrosas que se ofrecen es el llamado "licor de oro" preparado a partir de este metal Pero como es muy caro son más usados en su lugar perfumes que se encierran en unos recipientes en forma de manzana como se ve en algunas pinturas de la época. Incluso la Virgen viene representada con una de estas manzanas en sus manos.

En el siglo XVI aparece una palabra para designar los caballos que tienen un pelaje blanco sucio tirando a amarillento. Se los llama isabelos o isabelinos. El origen de la palabra es incierto. Se cuenta que la reina Isabel la Católica hizo en 1491 el voto de no cambiarse de camisa hasta la conquista de Granada, que tuvo lugar el año siguiente. Otros autores aseguran que el origen de la palabra se debe a la infanta Isabel Clara Eugenia, quien según afirman hizo el voto de no cambiarse de camisa durante el sitio de Ostende... que duró tres años.

Margarita de Navarra, en uno de sus Díalogos amorosos, dice: "Ved estas bellas manos aunque no las haya lavado desde hace ocho días." Y Montaigne escribe: "Estimo que es saludable bañarse, y creo que algunos defectos de nuestra salud se deben por haber perdido la costumbre, generalmente observada en el pasado, de lavarse el cuerpo todos los días."

Con la desaparición de la higiene aumenta el uso de los perfumes, hasta el punto que las damas que no se bañan jamás acostumbran ponerse esponjas perfumadas entre los muslos y en las axilas "para no oler como carneros".

La sarna es corriente no sólo entre la gente del pueblo sino también entre la gente principal. Así, el custodio de Juana la loca escribe desde Tordesillas que las hijas de la reina "mejoran de su sarna".

Tanto Lucrecia Borgia como la célebre Vittoria Accoramboni, inmortalizada por Stendhal, cuidaban de sus espléndidas cabelleras lavándoselas por lo menos dos veces a la semana.
Reina Margot
 Los perfumistas españoles e italianos son los que más éxito tienen a comienzos de la edad moderna. Es en Italia y España donde las mujeres se maquillan más y es Catalina de Médicis, italiana de nacimiento, la que introduce en Francia, además del tenedor, una serie de perfumes y productos de belleza que hacen furor en la alta sociedad francesa. Como no se lavaban, hombres y mujeres debían recurrir a los perfumes, cuanto más fuertes mejor, para ocultar su mal olor corporal.

Una hija de Catalina de Médicis, la célebre reina Margot, inmortalizada por Alejandro Dumas, coleccionaba amantes, a pesar de su obesidad, que la impedía pasar a través de algunas puertas. Aquejada de una precoz calvicie usaba pelucas y postizos, de los que llevaba siempre unos cuantos en el bolsillo por si acaso. Orgullosa de sus voluminosos pechos, un día recompensó con una bolsa de dinero a un carmelita que en un sermón los había comparado "a las tetas de la Virgen". Increible pero auténtico.

Enrique IV

Enrique IV de Francia no se lavaba nunca y olía a macho cabrío. Su esposa estuvo a punto de desmayarse en la noche de bodas y algunas damas sufrieron vahídos al compartir su lecho. Era hombre muy mujeriego , y es curioso constatar que algunas de sus amantes gustaban del olor del rey, lo que me recuerda aquella frase popular en el siglo pasado en ciertos ambientes que decía que "el hombre debía oler a aguardiente, sudor y tabaco".


Luis XIV

Luis XIV de Francia se bañaba únicamente cuando se lo prescribía el médico, ya que como preconizaba Teofrasto Renaudot, "el baño, a no ser que sea por razones médicas o de una absoluta necesidad, no sólo es superfluo sino perjudicial". El Rey Sol cada mañana se limpiaba la cara con un trozo de algodón impregnado de alcohol o bien con saliva, como los gatos. Bajo las aparatosas pelucas de los cortesanos pululaban los piojos, y datan de entonces estas manos de marfil que rematan un mango más o menos largo. Servían para rascarse la cabeza debajo de la peluca.

Pero es también por esta época cuando una monja vende a Jean-Marie Farina la receta de una agua perfumada que contiene alcohol. Se fabrica en Colonia y  es conocida aún hoy en día con el nombre de agua de colonia.

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